Una de las imágenes más emotivas (y más graciosas en todos los sentidos) es observar a un grupo de adultos ante la presencia de un bebé, “luchando” para captar su atención. Somos capaces de poner caras extravagantes, evocar sonidos chirriantes o realizar movimientos alocados, con tal de que nos mire, nos sonría, interaccione. En definitiva, nos atienda.
Pero claro, el cerebro del bebé no sabe lo que es mantener la atención. Sin embargo, necesita de la atención para crecer, para madurar, para aprender. La atención es la esencia que nos hace ser humanos.
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La atención es la reina de las funciones ejecutivas.
¿Qué hacemos las familias para captar la atención de nuestros hijos e hijas? ¿Cómo reaccionamos cuando comprobamos que vamos perdiendo el control de su atención? ¿Cuánto tiempo y esfuerzo dedicas diariamente para que te preste atención? ¿Te gusta a lo que presta atención? ¿Está desarrollando su atención de forma adecuada?
Desde que un niño o niña se levanta, la familia intenta captar su atención para que se vista, desayune, prepare la mochila… Antes de ir al colegio ya intentan controlar su atención unas cuantas veces. Llega al colegio y el profesorado dedica cada vez más esfuerzo y tiempo para captar la atención de su alumnado. Los menores perciben que en cualquier contexto donde se mueven, parte de la motivación del mundo adulto se centra en captar su atención. La atención se convierte entonces en una herramienta de control, en una herramienta de poder que hay que manejar de forma inteligente.
Hay hogares donde la mayoría de lo que se le dice a un menor es reclamar y dirigir su atención. El cerebro atiende a lo que le gusta, y no atiende a lo que no le gusta. El cerebro atiende a lo que le emociona, y evita atender a lo que no le emociona. Y no conozco ningún niño o niña que le emocione recoger su habitación, lavarse los dientes o poner los platos sin restos en el friegaplatos. Sin embargo, crecer implica ir asumiendo esas series de obligaciones ajustadas a cada etapa evolutiva, para que construya la responsabilidad de forma progresiva.
¿A qué prestamos más atención a sus deseos o a sus obligaciones?
Por mi experiencia terapéutica, creo que hay una conexión importante entre cómo las familias equilibran los deseos y obligaciones de los hijos e hijas y el desarrollo de su atención. En líneas generales, las familias que atienden más al plano emocional, a los deseos, a las ilusiones de sus hijos e hijas lo primero (sin perder de vista las obligaciones como bien explico en el semáforo inteligente) suelen tener hijos e hijas con menos problemas atencionales. Insisto, es mi experiencia.
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Parto de la base que todos nacemos “hiperactivos”, es decir, tenemos al nacer un cerebro impulsivo, inquieto y con dificultades mantener la atención, es decir, la trilogía sintomatológica de la hiperactividad. Así que la función educativa consiste, entre otras cosas, en que esa trilogía de síntomas vaya remitiendo, es decir, se vaya construyendo poco a poco un cerebro que sepa atender y controlar sus impulsos y conductas.
Por eso, es fundamental cómo ejerce el control el mundo adulto, cómo ese control fortalece o no ese futuro autocontrol. Y mi pregunta es: los profesionales que diagnostican trastornos de atención en menores, ¿realmente tienen en cuenta en sus procesos evaluativos del déficit de atención las funciones y habilidades parentales? ¿Analizan cómo ejercen el control sobre la atención de sus hijos e hijas, sobre cómo gestionan los conflictos cotidianos que supone equilibrar sus deseos con sus obligaciones? ¿O se limitan a pasar pruebas diagnósticas al menor, etiquetar, y en su caso, medicar?
Creo que muchos trastornos por déficit de atención deberían haber puesto su foco de atención en las habilidades parentales que ponen en marcha las familias para dirigir la atención de su hijo e hija, para que aprenda a autodirigirla, en lugar de señalar al menor e investigar cómo funciona su cerebro exclusivamente. Creo que es mucho más eficiente que la intervención se dirija en primer lugar a que las familias tengan recursos educativos adecuados que ayuden a sus hijos a fortalecer sus funciones ejecutivas. Y si después de introducir los cambios oportunos en las formas de educar, bajo la bandera de la parentalidad positiva, el menor sigue sin mejorar en su atención, pues el plan B sería pasarle pruebas, etc. Pero he de decir, que en mi experiencia profesional, de las miles de familias que han pasado por mi despacho en los últimos 27 años, son muy pocos los que pasan al plan B.