Educación positiva

Vacunas para el viaje (1): el autocontrol

El autocontrol, como su nombre indica, es el control que se ejerce sobre uno mismo. ¿Qué se puede controlar? ¿Qué puede controlar un niño de 3 años? ¿Qué puede controlar una adolescente de 15 años?

El control externo como ayuda para establecer el autocontrol.

Un sistema de control externo es necesario para la formación del autocontrol. Un autocontrol sano precisa previamente de un control externo amable y coherente. Los niños y niñas con escaso autocontrol han aprendido en un contexto con un sistema de control inadecuado. ¿Quién nace sabiendo hacer la cama, o cepillarse los dientes? O mejor dicho, ¿quién nace deseando hacer la cama, o cepillarse los dientes? Para ello se requiere autocontrol, uno de los pilares clave de la personalidad.

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En un primer momento, se educa desde el “exterior”. El niño pequeño no tiene capacidad para hacer planes, para controlar adecuadamente sus acciones, para domar sus impulsos. Lo tiene que aprender. El cerebro infantil se está desarrollando, y no sabe autocontrolarse. Necesita un lóbulo frontal externo que le guíe. Ese cerebro necesita una interacción con otros cerebros experimentados que le sitúe dentro de unos parámetros, de unos límites. En una familia, continuamente se están estableciendo las reglas de la convivencia. El objetivo es que, poco a poco, gracias a esa influencia externa, se vayan generando conexiones cerebrales “adecuadas”. Y cuando se formen y consoliden esas conexiones, lo externo se tiene que ir diluyendo, para dar paso a reglas internas. (En el próximo curso de educación emocional de Familias en la Nube se abordará este tema).

El paso de lo exterior a lo interior debe ser progresivo, acorde con el desarrollo evolutivo del niño o niña. Para que sea autocontrol, debe desvanecerse paulatinamente el control externo.

Es difícil que exista lo “interior” si lo “exterior” se mantiene. Si el exterior continúa más tiempo de lo necesario, ese exterior empieza a caer mal. Hay que intentar que sea el cerebro infantil el que se hable a sí mismo, el que saque sus propias conclusiones, a su ritmo, dando oportunidades. Pero un lenguaje interno sano no puede coexistir con un lenguaje externo “enfermo”. Ejemplos de esto último son el exceso de razonamiento, los sermones interminables, los consejos repetidos, los castigos…

Las “charlas”, las broncas, son las estrategias más utilizadas para “meter” en la cabeza algo a los hijos, pero es lo más inútil. Son dos programas informáticos diferentes (dos cerebros en fases de desarrollo diferentes de procesar la información). Haz una prueba. Grábate un día lo que le dices a tu hijo o hija  en la secuencia ducha-pijama-cena-dientes-cama. Al día siguiente, ponle la cinta. Ese “más de lo mismo” no ayuda en absoluto a fomentar el autocontrol.

Cuando hayas dicho a tu hijo o hija alguna cosa más de una vez, ¡PARA!

A nadie le gusta que le digan las cosas varias veces. Y si no sabes parar, ¿qué hay de tu autocontrol? ¿Cómo se exige autocontrol a los hijos donde no hay control adulto? Cuando se dice, “pues que se tranquilice para yo estar tranquilo”. Se supone que la persona que tiene el cerebro más maduro debe ser la que cambie primero, la que aporte la dosis adecuada de control a cada situación, la que emane sensación de seguridad.

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Extraído del libro Familias Inteligentes: claves prácticas para educar
Antonio Ortuño

Psicólogo especialista en Psicología Clínica Infanto-juvenil y Terapeuta Familiar desde hace más de 25 años. Conferenciante sobre temas educativos, centrados en la parentalidad positiva, su modelo educativo consiste en dotar de herramientas a los padres y madres para que sepan poner límites de una forma respetuosa, con la responsabilidad y la felicidad como compañeras de viaje.

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Publicado por
Antonio Ortuño
Etiquetas: autocontrol

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