Preguntar tiene su arte. La pregunta es una excelente herramienta educativa para fomentar la responsabilidad, ya que invita al posicionamiento, al protagonismo, además de contribuir a la construcción progresiva de la identidad de nuestros hijos e hijas.
La pregunta va en todas direcciones en la familia. No es patrimonio sólo exclusivo de los padres. Hay que llevarse bien con las preguntas. Enriquecen las relaciones sociales.
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La pregunta cumple varias funciones en la familia:
- Inicia conversaciones (si, eso que se suele hacer cuando no hay pantallas delante). Nuestros hijos necesitan contarnos sus cosas, por lo que le gusta que le preguntemos de vez en cuando. Hay que diferenciarlo del interrogatorio. Este último se produce por excesiva preocupación adulta, y no pone el foco en el interés superior del hijo o la hija.
- Regula la participación en la familia. Si estás charlando durante la cena, y una hija apenas ha intervenido, la pregunta es una buena estrategia para facilitar que hable.
- Abre la puerta a las emociones. La mejor manera para empatizar es preguntar. No es lo mismo preguntar ¿por qué has hecho esto? que, ¿qué te pasa, cariño, estás enfadado?
- La pregunta empodera, transmite comprensión, cercanía, disponibilidad. El otro se siente importante, relevante.
A veces se relaciona preguntar con ignorancia. Aun recuerdo mi época de estudiante, cuando el docente, después de una exposición de 45 minutos, normalmente tediosa, decía Está claro, ¿no? ¿Alguna pregunta? Y yo digo, ¿quién se atrevía a preguntar? Si preguntabas era síntoma de no haber atendido, de no escuchar, de no entender, de torpeza. En definitiva, eras el ignorante. Por eso el silencio invadía la clase.
La pregunta es tan inteligente como la respuesta. La sabiduría familiar se lleva muy bien con la pregunta.
La pregunta hace que conozcas a tus hijos. Y tus hijos deben encontrar cómodos cuando preguntas, desean que de vez en cuando se le pregunte. Pero también necesitan que afirmes.
El equilibrio entre preguntas y afirmaciones hace que una familia sea inteligente. En cualquier etapa evolutiva hay afirmaciones y preguntas. Las preguntas en el plano emocional vienen bien a cualquier edad. Sin embargo, en el plano del comportamiento, cuando se establecen límites y se gestionan los conflictos cotidianos, hay que saber utilizar de forma inteligente tanto las preguntas como las afirmaciones. Para eso tenemos el semáforo inteligente.
En general, aunque deben existir las preguntas en cualquier etapa evolutiva, cuando son pequeños es mejor afirmar y según van creciendo hay que preguntar más. Hay que ir traduciendo las afirmaciones a preguntas en su desarrollo evolutivo. Afirmar es clave para el ejercicio de lo que he denominado la autoridad empática en el semáforo rojo. Se afirma cuando los hijos e hijas no tienen recursos para tomar decisiones, para asumir responsabilidades. Y se pasa a la pregunta, cuando empiezan a tener esos recursos (semáforo amarillo). En el semáforo verde, la pregunta es la estrella, y las afirmaciones adultas deben ir desvaneciéndose.
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